El rincón de "Polvorilla"

Manso

¡A la puta y el voladero en la vejez los espero! Y es que no me gusta cómo caza la perrilla. Cagüen la mar… Y no hay nada peor que los mansos. Sí, los mansos. Los cobardes que muerden con la boca cerrada. Los nerviosos que se paran en el momento culmen. Qué mosqueo gasto.

 

Esta tarde me llevé a Asesino a ponerlo en suerte con los gorrinos. Caza sin muerte. Garrocha. Al caballo, al perro o al niño hay que enseñarles para que aprendan. Porque nadie nace sabío. Como no tengo compañeros para practicar, al estar sólo, a las bravas pero con cabeza. El caballo tiene pechos, nalgas, mucho motor. El caballo se descompone cuando todo se le acelera, pero al caballo, como a todo en la vida, mano dura, pero con guante blanco. 

Voy por la dehesa. Lo llevo en la mano. Muy recogido. Veo un cochino de cien kilos, de cien kilos de verdad. Vamos a ver qué tal baila el gitanillo. ¡A volar!

Lo llevo por mi derecha, cortándole la querencia, lo llevo a carajo sacado. El cochino intenta quiebros, arreones, vueltas. Asesino lo sigue muy bien. Poco castigo, empujón con las espuelas y que aprenda lo que vamos a hacer. El jabalí está cansado después de varias carreras. Trotón le dejó que huya al perdedero, le doy metros, sujeto al caballo. Ahora, a matar o morir. Pretendo partir la vara o partirme la cabeza o partirle las costillas a mi presa. Voy a tal velocidad que marro y echo el palo por alto. Vuelta a la suerte. Galopo acollerao con el verraco. Lo llevo a mi derecha, lo llevo franco. Meto espuela izquierda, monto el palo y el cochino se me viene gruñendo y mascando maldades en su idioma. Asesino mansea, Asesino no entiende por qué el verraco le carga. Y, en lugar de guiñar orejas y chocar contra su enemigo, huye, se revuelve contra su dueño, se amilana. ¡Manso!, le grité.

Y es que el otro día, corriendo cochinos con mis hermanos del Club de Lanceo Español, pude ver lo opuesto. Lo contrario a lo manso. Quizá se puede llamar bravo. O valiente. O inconsciente. Porque la imagen la tengo grabada a fuego en mis pupilas, no existen frases para describirlas.

Corre ligero al perdedero. Hace semanas que nadie perturba su paz y hoy no tenía que ser distinto. Con el calorcillo de las mañanas ha ido a encamarse en las jarillas y chaparrales de la solana del Pantanillo. Dos peñascos le han sacado de su sueño. Y, sin titubeos, ha tomado la carrera del escape, sin pararse ni medio segundo.

Va el grupo a todo galope, sin decirnos nada, cada uno sabe lo que tiene que hacer. Dos por alto para impedirle llegar a los alambres, indulto seguro, dos por detrás para empujarle a seguir corriendo, y dos por abajo para llevarle a la cuesta arriba. Qué imagen, Dios mío, un cochino semibañado, con la boca entreabierta, mascando colmillos. Al contrario que el caballo, el cochino guiña orejas hacia adelante cuando quiere atacar. Con la carrera se está agotando y busca lo sucio, los chaparros y las hiniestas para ganar metros.

Cojo ventaja, monto el palo, lo monto con todas mis fuerzas. Meto espuela hasta hacerme daño en las espinillas, el jaco que llevo mansea, se descompone. El cochino me carga cuando los dos vamos a galope tendido. El cabrón del caballo se tiró contra un chaparro, mandando lanza y posibilidades a tomar viento. No caí, me agarré y me arañé el alma, pero caer, no. Pude ver la imagen, Dios me la regaló, porque mi compañero de collera hizo lo propio, llamó la atención de su pres, y apretó la marcha para chocar contra el cochino. El peludo puso orejas adelante, pegó el arreón. El caballo de mi amigo hizo lo mismo. Orejas atrás esta vez. Pero arreón para chocar a matar.

Sobre unas junqueras vio su final. Los jacos sudorosos y rebotando suspiros, una lanza quebrada. Tres colleras de jinetes contentos. Y uno de ellos muerto de envidia y orgullo por la valentía demostrada por las monturas y los lanceros de verdad.

Por ello, cuando camino por este planeta y me cruzo con uno, bípedo o cruadrúpedo, de manos suaves, gesto sereno y mirada que nunca encuentra la tuya, lagarto, lagarto. Me agarro a mi medalla de la Patrona de la Hispanidad y para mis adentros suelto: “¡Líbrame de los mansos, Señora, que los bravos son los que no llevan careta!”.

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