Los últimos de Filipinas

Cuando el cazador se hace mamporrero

El mamporrero, según define el Diccionario, es aquella persona que resulta indispensable para guiar con su mano el pene del caballo durante la monta de la yegua para que todo llegue a buen fin. Se busca con ello la prontitud de la cópula para mayor seguridad de la jaca, de forma que se intenta evitar que el ímpetu de macho termine mancándola. Es un trabajo necesario, ya en decadencia ante la mayor difusión de las inseminaciones artificiales. Seamos sinceros, nuestra sociedad ha tratado desgraciadamente este oficio con chanza y burla por considerarlo una dedicación innoble.

Yo no estoy de acuerdo; porque como desertor del arado, que es lo que soy y a mucha honra, sé perfectamente que nada se mueve o crece sin que alguien no haya hundido antes sus manos en el estiércol para abonarlo. El excremento es el origen y el fin del pan que quita el hambre a los hombres. Todos somos hijos de la misma tierra que nos parió, solo que hoy en día son muchos los que, desde la urbanidad mal entendida, no conocen a su Madre Tierra. Es la Pachamama de los Quechuas y los Aymara, pueblos que hicieron de la naturaleza su religión. Nosotros en cambio hemos hecho, dentro de nuestro acerbo cultural, chiste y chufla de los trabajos más esforzados del agro, denigrándolos. Ya lo estamos pagando, y más que lo pagaremos.

Los cazadores nos convertimos en “mamporreros” cuando el caballo de la Administración nos usa como colaboradores necesarios para provocar la extinción de los “problemas” que causa la caza mayor. Sobre todo en Galicia, la Administración ha optado por el camino fácil, que no es otro que el de las matanzas indiscriminadas de hembras nodrizas durante la época de cría. No contentos con ello incentiva los bajos instintos, las pasiones de quienes no controlan su ansia predadora para obligar a cazar las hembras de corzo en descaste en el mes de abril. Nos usan de mamporreros para que hagamos el trabajo sucio de matar al solitario corcino de inanición durante el ya cercano invierno. Con nuestro disparo de octubre mataremos legalmente a su madre y a él colateralmente. Algunas asociaciones, como la Asociación del Corzo Español o la Asociación de Caza Mayor de Galicia, hemos pedido por activa y pasiva que estas batidas de descaste se hagan en febrero, y la Administración no ha hecho ni caso. Nunca falta alguno de nuestro colectivo –como ha sido el caso del presidente de UNITEGA– que, en el último Comité Galego de Caza, ha optado por ejercer también de mamporrero para facilitar esta política de aniquilación de corcinos que la Administración está proponiendo con la batidas de octubre. El argumento esgrimido por quien ambiciona erigirse en representante de la caza social de mi comunidad fue: «De hacerse en febrero, yo tendría dificultades para vender tarjetas de batidas y monterías». No estoy de acuerdo; si se caza en febrero, es evidente que la población aumentará, por lo cual al año siguiente habría probablemente que cazar también en enero. Dos meses de caza contra uno de la actualidad. Cazaremos más y mejor; pero también más éticamente.

La ética, la defensa de la caza social, tal y como se concibe en el noroeste, poca o ninguna compatibilidad tiene con adorar al mismo tiempo al becerro de oro. No es aquí solamente donde nuestro colectivo ejerce de mamporrero de los oscuros intereses de la Administración. Muchos de los nuestros participan también en las batidas por daños en época de cría. En muchas de ellas se matan jabalíes en encames lejanos al plantío teóricamente afectado. Luego, estos matachines, obrando de mamporreros, no realizan un control de los daños. Realmente, en estos casos, están cazando fuera de tiempo y forma con la más pura ansia furtiva avalada por la patente de corso que expide la jefatura de servicio de turno. Lo dicho, bajo el interés mutuo el mamporrero hace el trabajo sucio y el semental administrativo atina, gracias a estos inconscientes, a su entera satisfacción. Mientras la filial del nacionalismo gallego, disfrazada de ecologismo (me refiero a ADEGA) calladitos como muertos. Porque si protestasen por estas medidas, contra los amos que les dan de comer, podrían perder votos.

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